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Amig@ mí@, cuando mi voz calle, cuando mis manos no recorran alegres el teclado, entonces mi corazón seguirá hablándote y tus ojos seguirán leyéndome.

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sábado, 15 de octubre de 2011

LAS MADREÑAS

Madreñas en el desván


Algunos quizá no las habréis conocido, pero otros las recordamos con nostalgia, o con alivio otros por dejar de usarlas, pero siempre será un recuerdo de nuestra vida en el pueblo, de un calzado que formó parte de nuestra niñez  y por lo tanto están presentes en nuestra historia y en la de los pueblos de la montaña que se siguen comprando madreñas en la feria de Riaño, pero ya  como artículo de lujo.
 Posiblemente descansen las antiguas  “madreñas” bajo un banco de carpintería al fondo de la portalada, o en lo más oscuro de la bodega o bajo la viga del desván (en este caso). Están tristes y silenciosas, resecas del poco uso y apenadas por el abandono de tantos años al que fueron relegadas, bajo la gruesa capa de polvo que las envuelve ya casi ni se aprecia su decoración, con la hojalata de una latilla de sardinas tapándole el agujero que el mucho uso hizo en el papo; una atrevida araña, al verlas tan quietas, ha tejido su artística tela en torno a ellas, más que una tela un telar, o un ratón avispado se instaló dentro como un ocupa fugaz.
 Se siente un ramalazo de nostalgia al contemplarlas, olvidadas en aquel rincón, solas y esperando que alguien se acuerde de ellas y las rescate del olvido, y recuerde la alegría de sus buenos momentos que quedaron perdidos en un pliegue de  nuestra  memoria. Fueron importantes en una etapa de mi vida: mi infancia y mi juventud que la pasamos juntas. Juntas fuimos a la escuela por esa “guella” hecha en la nieve y juntas corrimos (aunque me caía con facilidad de ellas), me acompañaron y participaron en los juegos de mi niñez y disfrutaron de los paseos románticos con mis primeros pretendientes, ¡cuantas veces había que rescatarlas de entre la nieve en una pisada profunda! ¡Cuantas resbaleras corrimos sobre ellas!
 Ellas, elevaban mi figura un palomo del suelo (falta si que me hacia), hacían que mis pies se sintieran protegidos de aquel lío de barro, baraña y agua que se formaba en época de blandura en las calles del pueblo.
 Eran ligeras, silenciosas, elegantes, y hacían que mis pies dentro de ellas lucieran coquetones, secos y calientes. Al llegar a las casas ellas te daban la bienvenida en los portales.
Los domingos, era un espectáculo contemplarlas alineadas en perfecto orden en el pórtico de la iglesia. Formaban un cuadro variopinto; grandes y pequeñas, llenas de tallas, dibujos, barnizados; las tarninas, las de fabrica y las que cada uno si era un poco apañao hacia con su propio sello; rematadas con tarugos, clavos o tacos, etc. en sus pellas. Sus grandes bocas permanecían abiertas en pícara e insinuante sonrisa esperando la llegada de nuestros pies, las de los hombres en la izquierda y las mujeres en la derecha, cada cual tenia ya su sitio para dejarlas.
 Allí en aquel pórtico, se reunían todas las "madreñas" del pueblo; bueno..., también en el salón de baile los domingos por la tarde se concentraban unas cuantas, las de la juventud ávida de esparcimiento y en el salón parroquial para ver la tele, esta tele era de las únicas que había en el pueblo y también en ese lugar se reunían las madreñas, pero este lugar no era el mas tranquilo para ellas, las pobres madreñas estaban pendientes de los rombos con los que se calificaban los programas por que cuando por la edad teníamos que salirnos la pagábamos con las indefensas “madreñas” que solían acabar en el foso de la gloria. El salón de las escuelas era también un lugar de concentración de madreñas, todas en perfecto orden, por la edad de sus dueños, y por lo tanto por tamaños ¡que recuerdos!
¿Cuándo comencé a caminar con ellas? No puedo responder. Cuando me paro a pensar y a recordar, no consigo encontrar en mi memoria nada; es como si hubiera nacido con ellas, uno comienza a vivir sobre las madreñas, forman parte de ti, es un complemento rural adherido a ti.
Este calzado tan nuestro merece un recuerdo cariñoso, formó parte de nosotros y no queremos que caiga en el olvido. Tenemos que recordarlas engalanadas con sus dibujos, protegidas con sus aros más o menos vistosos, unos con alambres de cobre trenzada, otros más sencillos, o remendadas en los papos con esas hojalatas que impedían que penetrara el agua por sus desgastes, todas ellas merecen nuestro cariño y recuerdo.
Una anécdota familiar que siempre oí contar sobre las madreñas es que mis abuelitos cuando se casaron mi abuelito puso para la ceremonia en sus madreñas unos altos tarugos para estar a la altura de la novia, con esto queda dicho todo, hasta en los momentos importantes de nuestras vidas y de mas ceremonia las madreñas estaban presentes.
Estas madreñas recuperadas del fondo del desván tendrán un destino más digno, portaran en sus bocas un arreglo floral como homenaje a la vida que pasamos juntas.
Tú que estás leyendo esto ¿conociste las madreñas? ¿Qué recuerdos tienes de ellas?
Saludos para todos.

4 comentarios:

  1. Sin duda has descrito inmejorablemente los "zapatos de madera", cuantos retortijones y cuantas veces nos recriminaron llevarlas mojadas por adentro, llenándolas , seguidamente, de ceniza caliente de la chimenea y limpiándolas luego para poder seguir usándolas. Cuídalas y alguna vez míralas, seguro que te darán pie a otro precioso relato. Un abrazo.

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  2. Tienes razón Javier, cuantas peripecias vivimos todos sobre unas madreñas, cuantas resbaleras formamos en las huellas puliendo la nieve con los tarugos tirándonos una y otra vez hasta dejar en suelo como el cristal y en las que solían caer personas inocentes ajenas a las trastadas que hacíamos. El sonido que producían al caminar sus tarugos y papo al rozar el suelo de las calles era como un fondo musical propio de los pueblos de la montaña de León.
    Las madreñas fueron nuestra identidad para los que ya contamos con unos años a nuestras espaldas, por eso ahora nos resulta tan emotivo el reencontrarnos con ellas abandonadas en el rincón más insospechado.

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  3. Pues si,esas mismas madreñas que ahora cuelgan a manera de adorno en las paredes rodeadas de todo tipo de artilugios ya sin uso, pero que en su tiempo fueron útiles en manos de nuestros padres y abuelos.Y es verdad que cuando se nos mojaban,sobretodo con la nieve,le echábamos ceniza caliente y secaban rápido.
    Desde Salamón(aunque viva en León)un saludo.

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  4. Me ha gustado tu relato sobre las madreñas. "Nunca te acostarás sin saber algo nuevo".

    Gracias por tus palabras en mi blog.

    Un saludo.

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